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urbi et orbi: “Este no es el tiempo de la indiferencia (…). El mundo entero está sufriendo y tiene que estar unido”. Pues eso. Apoyar al prójimo no solo es bueno por ser moralmente correcto, sino porque es lo más inteligente.

La finalidad de las unidades pastorales no solo es una colaboración de pastoral de conjunto, no solo es una visión existencial; tiene como objetivo una práctica más participativa de la vida eclesial. Las unidades pastorales que soñamos favorecen en general una vida eclesial más sinodal. Su testimonio evangélico no es centrado ni asumido solo por los clérigos sino que se busca estimular el liderazgo de los laicos.
Una práctica más participativa de la vida parroquial en las unidades pastorales nos genera un despliegue de compromisos y ministerios, indispensables para la vitalidad de la iglesia: equipos de catequistas, animación litúrgica, pastoral de bautismo, matrimonios, visitadores de enfermos… cada vez más transversales, es decir, superando el simple marco local para unir y articular las diferentes parroquias.
Podríamos decir que las unidades pastorales pueden llegar a ser una verdadera expresión del Concilio Vaticano II en términos de participación de los laicos, no solo en el apostolado y en el testimonio, sino también en los servicios y ministerios.
La aparición de catequistas, visitadores de enfermos, lectores, actores de la pastoral de los sacramentos, administradores de bienes… ayudan de facto a ubicar el ministerio presbiteral comprendido así y puesto en práctica como un ministerio sacerdotal de presidencia: el sacerdote no hace todo pero vigila que todo se haga. Gracias a la entrada en escena de los laicos y de todos los agentes de pastoral, los sacerdotes van descubriendo su ministerio de presidencia.

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