Saludo de monseñor Barrio en la acogida en la Plaza del Obradoiro a los peregrinos de Acción Católica General

Saludo de monseñor Barrio en la acogida en la Plaza del Obradoiro a los peregrinos de Acción Católica General

“Que el Dios de la esperanza os colme de alegría y de paz en vuestra fe” (Rom 15,13). ¡Bienvenidos! ¡La Iglesia Compostelana os acoge con gozo! Mi afectuoso saludo a todos, queridos peregrinos de la Acción Católica General. Os abrimos gozosamente las puertas de la Casa del “amigo del Señor” y de nuestro corazón: “Entrad por ellas con alabanzas, por sus atrios con himnos. El Señor es bueno. Su amor dura por siempre; su fidelidad por generaciones” (Ps 99,4).

Habéis llegado con vuestra ofrenda de acción de gracias y de súplica, la vuestra personal y la de personas que así os lo han pedido. A lo largo del camino que habéis recorrido exterior e interiormente, habéis afinado los silencios de vuestra alma para escuchar vuestras preguntas, buscando la respuesta en Jesús porque sabéis que hacer vuestra esa respuesta os dará la alegría de hacerle presente en el acontecer de vuestra vida, como seguidores, testigos y evangelizadores.

Vivís esta hora de esperanza que os hace mirar con confianza hacia el futuro. Tal vez algunos puedan deciros que es un error buscar en lugar de gozar y vivir, y os quieran hacer creer que sois peregrinos de una hora que nunca marcará el reloj de vuestra vida. Mientras venías de camino, habéis ido descubriendo huellas de oración, de penitencia, de caridad, de solidaridad, y del latir de la gracia de Dios. Ahora se os llama a hacer surcos en la tierra de nuestra sociedad para sembrar a puñados la semilla del Evangelio que es salvación, verdad, bondad y belleza. Esta tarde, junto al sepulcro del apóstol Santiago, proclamáis con vuestra presencia que Cristo da al hombre luz y fuerzas por su Espíritu y que a través de esta luz la Iglesia ilumina el misterio del hombre y coopera en el descubrimiento de la solución de los acuciantes problemas de nuestro tiempo (cf. GS 10). “Salir, caminar y sembrar siempre de nuevo”.

Llegáis desde distintas diócesis. Es posible que estéis físicamente cansados, pero no hay espacio en vosotros para la fatiga espiritual. Como peregrinos de la fe y testigos de Cristo resucitado habéis ido descubriendo cada día nuevos horizontes en vuestra relación con Dios, tomando conciencia de todas aquellas cosas superficiales y accesorias que pesan en la mochila de nuestra existencia y de las que podemos y debemos prescindir para caminar ligeros. A pesar de las incomodidades propias del peregrinar la sed de Dios os ha alumbrado para encontrar la fuente que mana y corre aunque sea de noche. ¡Tened plena confianza en quien es “el Camino, la Verdad y la Vida”!

“Vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo… brille vuestra luz ante los hombres de modo que, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo” (Mt 5,13-16). “No se enciende una lámpara para taparla con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero para que alumbre” (Mt 5,15). Se nos convoca a ser testigos del Dios vivo, manteniendo nuestra identidad cristiana en la sociedad que nos toca vivir. No debemos escondernos como si ser cristiano fuera algo vergonzante, trasnochado o motivo de marginación. Ser cristiano es ser moderno y posibilita hacer una lectura creyente de la realidad.

Muy poca sal es capaz de dar sabor a los alimentos; unas pobres velas son capaces de iluminar la fría oscuridad. “Brille vuestra luz ante los hombres, de modo que, al ver vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre del cielo” (Mt 5,16). Renovad el compromiso de vuestro servicio humilde, sencillo, callado que como el grano de trigo enterrado en el surco, dará fruto abundante. Al dirigirnos al apóstol Santiago pidiéndole que desde aquí resuene la esperanza, le decimos: “Apóstol Santiago, testimonio fiel y valiente de Cristo, danos la ilusión y la alegría de la fe en su seguimiento. En este nuestro tiempo en que soportamos el peso de la soledad agobiante, nos sentimos heridos por un bienestar no compartido, y padecemos la confusión de la desorientación ética y moral, ayúdanos a mantenernos firmes e inconmovibles en la fe, y a encarnarla en nuestra vida con la misma fortaleza con que tú la viviste y la confesaste con tu sangre”. Santa María, acógenos bajo tu amparo y haz que siempre nos apoyemos en la columna firme y segura de la fe que entregaste al Apóstol Santiago. Eultreia (¡adelante!), Esuseia (¡arriba!).

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